miércoles, 15 de abril de 2015

La oigo llorar, sus pasos a través de la puerta. No es que no pueda estar sola, claro que puede. Es que necesita asegurarse que todo está bien para poder tumbarse en cualquier rincón de la casa con la suficiente tranquilidad.
A veces me recuerda a mi siempre pendiente a que se abra esa puerta y llegue alguien. Yo muchas veces también deseo que se abra una puerta y que me ponga a prueba. Tengo espíritu de guerrero, si no estoy batallando, demostrando y haciéndome valer, mis demonios llaman a la puerta, me atormentan contando historias envenenadas, diciéndome palabras crueles y feas, obligándome a buscar un orden lógico a todo, cuando a veces es mejor dejar las cosas salvajes. Hay muchas cosas absurdas, y la mayor parte de ellas son las que impulsan nuestras vidas.
Igual que su temor es que nunca nadie vuelva a junto de ella, el mío es que esa puerta jamás se abra, y me tenga que quedar a solas con los demonios.
Tiemblo sólo de pensarlo, ellos me han hecho muy vieja en mi corazón, me lo han arrugado con cada uno de sus terribles cuchicheos pero con el mundo llega el orden y entonces me equivocó y tropiezo y mi ingenuidad me recuerda que aún soy una niña.
Esa persona jovial y espontanea  que a veces echo de menos, la obligo a salir pero se resiente. Igual la naturalidad no debe forzarse, debe cultivarse.
No se puede volver al pasado, pero tampoco debo vivir en el futuro como una anciana atormentada por una vida de fracasos. En el equilibrio está la gracia. Y yo como espíritu de guerrero que soy. Soy equilibrio

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